Me tropiezo con unas
notas sobre Haruki Murakami que
escribí en el cuaderno de bitácora hace algunos años. Me cuesta reconocerme desde la
distancia del tiempo. ¿Seré yo?
6 octubre 2010.
Miércoles
Creo que he descubierto a un escritor que me acompañará
durante los próximos meses. Se trata del japonés Haruki Murakami. Ayer oteaba a
distancia libros que sabía que no iba a adquirir, hasta que mis ojos se fijaron
en este autor. Su nombre lo había visto otras veces, sin embargo nunca había tocado un libro
suyo. Mi impulso fue fulminante. Agarré del estante la novela titulada Tokio blues. Norwegian Wood y me dirigí rápidamente a la caja para pagarlo.
El joven que me atendió, me comentó asombrado: “Murakami no para de vender
libros. Es increíble. Ayer se agotó su última novela”. Hacía tiempo que no me
enfrentaba a una sensación tan clara. No podía fallar.
Esta misma tarde he comenzado a leer la novela de Murakami.
Las expectativas son muy altas. Watanabe, el protagonista, recuerda su juventud
junto a su gran amor Naoko. Narra en primera persona cómo se conocieron y cómo fueron
sus primeros encuentros, los cuales estuvieron marcados por el suicidio de su amigo Kizuki, por entonces
novio de ella. Tokio es el escenario de
estos recuerdos. Me gusta su manera de escribir. Rápida pero elegante; y
tranquila al mismo tiempo. Hay ternura en Murakami:
“A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de
concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple. La muerte no se
contrapone a la vida. La muerte había estado implícita en mi ser desde un principio. Y éste era un hecho
que, por más que lo intenté, no pude olvidar. Aquella noche de mayo, cuando la
muerte se llevó a Kizuki a sus diecisiete años se llevó una parte de mí”
(p.37).
No puedo dejar de escribir en el cuaderno la cifra de
habitantes que tiene Japón en la actualidad: 127 millones. Viven en un
territorio que es un poco mayor que la
mitad de España. Es un país en el que pocas veces me había parado a pensar. Impresiona
la cifra.
“En clase no había hecho ningún amigo y en la residencia
tenía simples conocidos. Como siempre me veían leyendo, los de la residencia
pensaban que yo quería ser escritor, lo que jamás se me había ocurrido. A mí,
en realidad no se me había ocurrido ser nada” (p.43)
7 octubre 2010. Jueves
Anoche me quedé dormido con Murakami y su Tokio blues. En realidad, el título
original de la novela es Norwegian Wood, la famosa canción de los
Beatles, convertida en banda sonora de la novela. Tokio blues es un añadido europeo, imagino que para recordarnos, de
una manera algo estúpida, que la novela se desarrolla en Japón.
“Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no
adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la
muerte del autor. Sólo me fío de estos libros, decía. No es que no crea en
la literatura contemporánea pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo
libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. ¿Sabes? La vida es
corta”. (p.45).
18:20h
Hacía mucho tiempo que no leía una novela de un tirón. La historia
de Watanabe y Naoko me tiene totalmente atrapado. Llevo dos días sin soltar el
libro. Dice Rodrigo Fresán, uno de
las grandes amigos de Roberto Bolaño:
“Advertencia: Murakami – al igual que los Beatles- produce adicción, provoca
numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo”.
¡Toda la razón!
(Nota: Hoy le han concedido el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. ¡Ya era hora!)
Reiko es una mujer de treinta y siete años, compañera de habitación
de Naoko en el sanatorio donde está ingresada por su propia voluntad. Watanabe
las visita y pasa dos días con ellas en esa especie de comuna para “personas
frágiles”. Reiko es una mujer que hace unas reflexiones muy interesantes:
“En este mundo hay gente que, a pesar de estar dotadas de un
intelecto excepcional son incapaces de realizar el esfuerzo necesario para
sistematizarlo, y su talento se acaba malogrando. He visto a personas a quienes
les sucedió esto. Al principio uno piensa que son unos genios. Los hay, por
ejemplo, que tocan de corrido una melodía complicadísima solo con echarle una
ojeada a la partitura. Y lo hacen bien.
Una se siente abrumada: piensa que no le llega a la suela
del zapato. Pero eso es todo. No son capaces de ir un paso más allá. ¿Por qué?
Porque no se esfuerzan. Porque jamás les han inculcado el sentido de la
disciplina. Porque las han estropeado. Desde niños han tenido tanto talento que
han conseguido hacer las cosas sin esforzarse, diciéndoles lo extraordinarias
que son. Y acaban concibiendo el tesón como una estupidez. Las melodías que los
niños aprenden en tres semanas ellos las tocan en la mitad de tiempo, y el
profesor, convencido de que el niño tiene talento, deja que aprenda la siguiente.
Ningún profesor los ha enseñado a disciplinarse y, en consecuencia, pierden un
elemento necesario en la formación del ser humano. Es una tragedia. En fin, yo también
tenía todos los puntos para acabar así, pero mi profesor era muy severo e
impidió la catástrofe” (p.202).
8 octubre 2010. Viernes.
Es sorprendente lo que me ha ocurrido con la novela de
Murakami. Es una historia que gira en torno a la enfermedad y a la muerte. Sus personajes son seres
solitarios, melancólicos, supervivientes en la vorágine de un país como Japón.
Sin embargo, la he leído (estoy a punto de terminarla) sin ningún tipo de
angustia, todo lo contrario, la he leído de puntillas, casi sin enterarme,
saboreando cada situación, cada diálogo. Quizás porque los personajes tratan de
asumir que el dolor forma parte de la vida, porque la muerte les toca y no
parece que lo haga de una manera tan terrible, tan dramática. Tal vez porque
todos los personajes que aparecen son honestos hasta la médula, sin dobleces,
sin hipocresía. Personajes que desde el primer momento parecen seres de una
talla moral difícil de igualar. Y a pesar de todo, es gente corriente,
personas de carne y hueso que intentan vivir como buenamente pueden, cada cual
con sus problemas a cuestas. Personajes que, al final, también necesitan a
alguien a su lado, necesitan ser queridos, necesitan compañía y comprensión. Es
una novela muy intimista, y no sé por qué, pero tengo la sensación de que
también es una novela bastante realista.
“Y así recuperaré mi vida cotidiana y volveré a darme cuerda
todos los días”
(p.316)
He terminado Tokio blues de Haruki Murakami. El final es
fantástico.
Ya tengo en mente la próxima lectura: Kafka en la orilla.
Rodrigo
Fresán está en lo cierto. Murakami es adictivo y opiáceo.
Releo lo escrito y sigo con la duda. ¿Seguro que soy yo?
Traducción del japonés de Lourdes Porta
The Beatles. Norwegian wood