En contra de
todas las recomendaciones, últimamente me ha dado por comenzar la casa por el
tejado. Lo que me asombra es que, a veces, el tejado queda suspendido en el
aire, sin necesidad de pilares o de muros que lo sustenten. Y no queda nada mal
esa construcción minimalista que desmiente la ley de la gravedad. Bajo ella me
refugio de las inclemencias del tiempo. Me explico. Antes de leer la obra que
ha hecho célebre a un autor (o autora), he tomado la (fea) costumbre de leer
sus libros más autobiográficos, esos que en teoría aclaran muchas de las
cuestiones de su obra no autobiográfica. En mi defensa diré que es el azar quien
se encarga de ponerlos en mis manos. Me ocurrió con Coetzee, con Modiano, o
con Kureishi. Ahora me ha pasado con
el primer libro que leo del escritor chino Mo
Yan, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2012. Se titula Cambios. Un tejado suspendido en aire.
Reconozco que mi
conocimiento de la historia y la cultura china se reducía a un comic de Tintín titulado El loto azul, en el que los chinos eran los buenos y los japoneses
los malos. Mao Zedong (o Tse Tung, como se escribía hace unos años) todavía no
había hecho acto de aparición en aquel enorme país de cultura milenaria controlado
por las potencias occidentales (esto lo sé por la película 55 días en Pekín, ahora Beijing). De hecho, Mo Yan ha sido mi
primer acercamiento la literatura china. Cuando compré el libro me sorprendió
que en la contraportada los críticos lo consideraran «el Kafka, Faulkner o García Márquez chino». A punto estuve
de devolverlo, pues dudaba de la explosiva mezcla que me podía encontrar ante
semejante fusión. Podría ser del tipo: «Muchos años después frente al pelotón
de fusilamiento, Anse Bundren había de recordar aquella mañana en que despertó sobre
su cama convertido en un monstruoso insecto». Tenía que verlo con mis propios
ojos. Y lo cierto es que no he encontrado ni rastro del trío de ases en Cambios de Mo Yan. Pero seguramente eso me
pasa por comenzar la casa por el tejado.
En Cambios, el autor recorre episodios de
su vida desde la época agraria-comunista de Mao, hasta la China industrializada-capitalista
de la actualidad. Lo hace en primera persona a través del protagonista de la
novela llamado Mo Xie, nombre que se acerca sospechosamente al seudónimo de Guan Moye, que es el verdadero nombre
de Mo Yan, cuyo significado «no hables» cobra especial sentido en la novela: «
Yo era muy poca cosa, un desgraciado desde la infancia, un desgraciado en
pasarme de listo para acabar metiendo la pata en todo. A menudo, cuando trataba
claramente de hacer la pelota a algún profesor, éste creía que en realidad
estaba intentando comprometerlo o meterlo en apuros. Cuántas veces exclamó mi
madre: ¡Hijo mío, eres como el búho anunciando una buena nueva: por mucho que
se esfuerce, a nadie alegra!, y era verdad» (p.9)
Mo Xie (Mo Yan) se
sitúa en uno de los vértices de un triángulo en el que los otros dos están
formados por He Ziwhu, un compañero irreverente que es expulsado del colegio, y
Lu Wenli, la compañera guapa de la que todos están enamorados, sobre todo He
Ziwhu. La China de la infancia de Mo era la China de Mao, en la que el
presidente era una especie de Dios y los sueños de los niños de las familias
campesinas, como la de Mo Yan, consistían en conducir el camión de origen soviético Gaz 51 que había
en la aldea. Las únicas formas de ascenso social pasaban por entrar en la
universidad, cosa nada fácil, hacer carrera en el ejército, que fue el camino
que siguió Mo Yan, o en el caso de las mujeres, contraer matrimonio con un
miembro de la aristocracia, es decir, del Partido Comunista Chino, que es el
que siguió Lu Wenli.
Mo Yan intenta
mostrar la enorme transformación (de ahí el título de la novela) sufrida por China
desde los años 70 hasta los 90. Lo hace a través de su trayectoria vital y la
de sus dos compañeros de pupitre, y de cómo esa transformación influyó
irremediablemente en la vida de los tres. La que más opciones tenía de llevar
una buena vida era Lu Wenli, la más prudente, educada y racional. Mo Yan y He
Ziwhu eran un cero a la izquierda y poco se podía espera de ellos. Sin embargo,
las cosas no salieron como era de esperar. Sin ir más lejos el joven Mo se
convirtió en un escritor de éxito tras la publicación de la novela Sorgo rojo en 1987. A He Ziwhu no le fue
mal en los negocios y amasó una fortuna en la nueva China capitalista. Quien no
tuvo tanta suerte fue Lu Wenli.
«Indudablemente,
eso formaba parte de las cosas inconcebibles, lo que demuestra que los asuntos de
este mundo sufren infinitos cambios y evoluciones, que la suerte reúne a las
parejas predestinadas a través de las más extrañas e imprevisibles
coincidencias. No hay nada imposible» (p.98)
Cambios es un libro de luces y de sombras. Es interesante, por cuanto nos acerca a la infancia y a la adolescencia del futuro premio Nobel. Es una obra en la que hay humor, ternura y nostalgia.
Sin
embargo, creo que Mo Yan se queda en la superficie de todo. Pasa de puntillas
por el momento en el que se produce su acercamiento a la literatura. Apenas si menciona la relación con sus padres o con su esposa. Y tampoco muestra sus pensamientos más profundos respecto a casi nada. Parece
un autómata cuya vida está predeterminada por el Estado a pesar de que
finalmente logra entrar en la universidad. Por otro lado, en mi opinión, la
novela es demasiado complaciente con el poder. Incluso teniéndolo fácil para
lanzarle un dardo cuando menciona las revueltas estudiantiles de 1989, Mo Yan escribe:
«Estudié con
ahínco varios centenares de palabras [se refiere al inglés que estaba
estudiando por entonces]. Pero no tardó en estallar el movimiento estudiantil, la situación
fue cobrando una tensión creciente y mucha gente dejó de tener ganas de ir a
clase. Como a mí desde el principio me faltaba voluntad, la excusa me vino muy
bien para dejar de lado el estudio del inglés. Desde entonces he viajado a menudo
al extranjero…» (p.93)
Con este triste párrafo
despacha las protestas que terminaron en la masacre de la Plaza de Tiananmén y
el posterior arresto de miles de personas. A Mo Yan le vino bien para dejar de
lado el estudio del inglés…
Tendré que poner
muros para sostener el tejado de Mo Yan, y tapar las grietas que tiene
abiertas, que no son pocas. Veremos si lo consigo. Y sobre todo, veremos cuándo
me pongo a ello.