domingo, 26 de noviembre de 2017

La hermana de Katia, de Andrés Barba



Hacía tiempo que no leía una novela en una tarde. La culpa la tiene La hermana de Katia, de Andrés Barba. He vuelto a recordar lo que se siente al meterse en un libro durante seis o siete horas seguidas, lejos del mundanal ruido. He vuelto a sentir eso que llaman el placer de la lectura.

El día anterior compré la novela porque había visto una entrevista que le hacían al autor con motivo de su reciente premio, el Herralde de novela de Anagrama, por República luminosa. Me pareció tan interesante lo que comentaba que indagué sobre Andrés Barba y vi que había publicado siete novelas (además de relatos, ensayos y guiones de cine). La primera de ellas, La hermana de Katia, la publicó en 2001, y como tengo la costumbre de comenzar por el principio, a por ella que fui a la librería.

El inicio me desconcertó un poco porque la novela está narrada en una tercera persona que parece fundirse con la primera. De hecho siempre he tenido la sensación de que la que narra la historia es la protagonista, la hermana de Katia. El narrador se coloca tan cerca de ella, que parece que es ella quien la cuenta. Y así conocemos a la protagonista como “ella”, porque su nombre no aparece en todo el relato.

Ella, la hermana de Katia, es una niña de catorce años que tiene cierta discapacidad intelectual, cosa que vamos averiguando poco a poco. Vive en el centro de Madrid con su madre, y con su hermana de diecinueve años. Su madre se dedica a la prostitución. Su hermana Katia, guapa y malhumorada, enamorada de un chico italiano, comienza a trabajar en una sala de striptease. Además, vivirá con ellas su abuela después de que le diagnostiquen una demencia. La relación con la abuela y su visión de la enfermedad es uno de los momentos más brillantes de la novela: “Se olvidaban de quienes eran las personas que estaban a su alrededor y les confundían con gente de hacía muchísimo tiempo, o eso decía Katia, que no veían, o de pronto pensaban que tenían trece años, y cuando ella intentó imaginar que le ocurría a la abuela lo que decía Katia que les pasaba a las personas mayores después de escuchar ese “clic”, sintió que le vencía una lástima honda, pensó cómo sería ella olvidándose de todo, de Mamá vistiéndose en el espejo, de Katia metiéndose en su cama, de los turistas, de John Turner, qué triste todo si te olvidabas de las cosas que nunca habías querido olvidar y ni siquiera te dabas cuanta de que te estabas olvidando” (p.62)

A esta novela que aparenta ser una historia truculenta y turbia, Andrés Barba le da la vuelta para convertirla en todo lo contrario, en una historia de amor y ternura que conmueve. Y lo logra introduciendo el punto de vista de la niña, de ella, de la hermana de Katia, que es quien desde su mirada totalmente libre de prejuicios nos muestra con total normalidad la vida de su madre, de su hermana y de su abuela. El amor incondicional por su madre, por su abuela, y sobre todo por su hermana Katia sirve de contrapunto a la dureza de la vida que les ha tocado vivir.

Ella, a sus catorce años no va a la escuela (su madre dice que es porque no le gusta, pero no es otra cosa que dejadez por parte de la madre). Se dedica a limpiarla casa y a hacer de comer a su hermana y a su madre que casi siempre están fuera de casa por el trabajo. Es ella quien las cuida, quien siempre está pendiente de ellas, quien vive por y para ellas. Se considera fea y tonta (se lo han dicho muchas veces) y lo que más le gusta es ir a cada día a la Plaza Mayor para observar a los turistas. Sueña con conocer a un chico para que la invite a un zumo de tomate. Un día conoce a un joven que hace proselitismo religioso en la plaza. Se llama John Turner y es norteamericano. Ella se acerca y él no pierde ocasión para intentar transmitirle el evangelio. De modo que la invita al zumo de tomate. Pero se encuentra con el muro de la prodigiosa mente de ella para quien la religión es algo totalmente ajeno y desconocido. Y tan solo le importa en la medida en que ese joven ha hecho realidad su sueño de invitarla a tomar un zumo de tomate en una terraza de la Plaza Mayor.

La hermana de Katia se centra en temas incómodos como la prostitución o la enfermedad. Pero la normalización que la protagonista hace de ellos consigue que los veamos de otra forma, sin dramatismos y sin estridencias.
“Si no solía llorar era sólo porque el mundo habitualmente era un estallido continuo de sorpresas agazapadas, de colores en los que ella solía fijarse, por eso cuando lo hacía se le quedaba el alma sin recursos y se entregaba al dolor lo mismo que a la felicidad” (p.15)
“Todo teñía sus fechas, sus ciclos, sus simetrías. El mundo estaba bien hecho, por eso al dolor seguía la felicidad, lo mismo que el día a la noche, y el calor de la primavera y el verano a este frío de azules y verdes bajo el viaducto, de blancos en los tejados, de silencio…”(p.105)

Ella, la hermana de Katia, hija de padre desconocido y cuya madre a punto estuvo de no tenerla, la niña cuyo nombre desconocemos, invisible para todos, es la que hace grande a esta novela. Si el narrador hubiera puesto su enfoque en cualquier otro personaje, la novela nos habría mostrado una estampa realista y desoladora. Amarga. Sin embargo, Andrés Barba  crea un personaje maravilloso y conmovedor que da la vuelta a la realidad y la hace más humana, más habitable. Un diez.



2 comentarios:

  1. No conozco al autor, ni sigo especialmente el premio Herralde, pero parece una buena idea leer esta novela. Gracias por compartirla y transmitir la belleza que puede haber en cualquier situación. Saludos.

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    1. La mirada de la protagonista es la que hace especial esta novela. La belleza está en esa mirada. Andrés Barba ha sido un gran descubrimiento. Espero que disfrutes de la lectura.
      Un abrazo

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