jueves, 31 de agosto de 2017

Sunset Park, de Paul Auster




A mediados de agosto me entero que la editorial Seix Barral (aún no me creo que ya no esté con Anagrama) va a publicar la última novela de Paul Auster a principios de septiembre. Se titula “4 3 2 1”. (creo que ayer ya había ejemplares en las librerías). Como en agosto estoy perezoso con las lecturas decido leer Sunset Park, la última novela que publicó Paul Auster a finales de 2010 (después publicó dos libros autobiográficos que no tienen desperdicio: Diario de invierno en 2012 e Informe del interior en 2013) . 
Compré Sunset Park en el Círculo de Lectores y casualmente me llegó el 1 de enero de 2011 a casa (los comerciales del Círculo no descansan nunca). La leí de un tirón, como me pasa con casi todo lo que el escritor norteamericano publica. Tras esta segunda lectura me ha parecido una de las novelas más flojas de Auster (entonces no me lo pareció), lo que no significa que sea una mala novela. Pensaba escribir una reseña, pero he preferido buscar en mis cuadernos por si había escrito algo sobre ella cuando la leí por vez primera. Por aquel entonces estaba convaleciente de un esguince de rodilla que, inexplicablemente (ríete tú como lo hizo el médico que me atendió) me hice jugando al billar. Aquellas navidades inolvidables no pude hacer mas que estar en casa con la pierna estirada, así que aproveché para hacer dos de las cosas que más me gustan: leer y escribir. Y he aquí la transcripción literal de lo que hace seis años y medio escribí en un Moleskine negro sobre Sunset Park.


                                               Sunset Park. (Foto de M. Jording)

“Durante casi un año ya, viene tomando fotografías de cosas abandonadas. Hay como mínimo dos servicios al día, a veces hasta seis o siete, y siempre que entra con sus huestes en otro domicilio, se enfrenta con las cosas, con los innumerables objetos desechados por las familias que se han marchado. Los ausentes han huido a toda prisa, avergonzados, confusos, y dondequiera que habiten ahora (si es que han encontrado un lugar para vivir y no han acampado en la calle), sus nuevas viviendas son más pequeñas que los hogares que han perdido. Cada casa es la historia de un fracaso­ (de insolvencia e impago, deudas y ejecución hipotecaria) y él se ha propuesto documentar los últimos y persistentes rastros de esas vidas desperdigadas con objeto de demostrar que las familias desaparecidas estuvieron allí una vez, que los fantasmas de gente que nunca verá ni conocerá siguen presentes en los desechos esparcidos por sus casas”.
Así comienza esta novela, con una de las consecuencias más sangrantes de la crisis económica que comenzó en 2008 en Estados Unidos tras la caída del gigante financiero Lehman Brothers: los desahucios. El motor de la trama es precisamente la dificultad de acceso a una vivienda. Esto será lo que una a los protagonistas.

El fotógrafo del incipit y gran protagonista de Sunset Park es Miles Heller, un joven solitario cuya vida está marcada por el divorcio de sus padres y, sobre todo, por el fallecimiento dramático de su hermanastro. Miles escapa de casa sin dejar una nota y desaparece de de Nueva York. Durante siete años viaja por el país trabajando en cualquier cosa para sobrevivir, entre ellas como mozo encargado de vaciar las casas de familias que han sido desahuciadas. En Florida se enamora perdidamente de una chica de diecisiete años, Pilar, una inteligente y preciosa estudiante de Bachillerato. Los problemas que Miles tiene con la hermana mayor de Pilar le hacen regresar a Nueva York para vivir como okupa en una casa del barrio de Sunset Park que su amigo Bing Nathan se ha empeñado en rehabilitar junto a dos amigas.  En la ciudad vive su padre, un importante editor, y su madre, una famosa actriz, acaba de aterrizar para protagonizar un a obra de teatro. Llevan siete años sin verse. Es hora de volver, pero el reencuentro no será fácil.

Paul Auster disecciona la vida de un grupo de jóvenes en un momento en que ya deberían tener el porvenir entre sus manos, sin embargo, están con las manos vacías y un futuro lleno de incertidumbre a pesar de que todos tienen talento y ganas de trabajar. La crisis económica se ha llevado por delante las esperanzas de muchos, entre ellos las de los protagonistas que andan ya por la treintena. Miles Heller, un joven con capacidad para hacer cualquier cosa, que vio cómo su vida se venía abajo tras un incidente. Bing Nathan, su amigo de la adolescencia, única persona con la que Miles no ha perdido el contacto, es músico y tiene un taller para reparar objetos que ya apenas se utilizan, como las máquinas de escribir. Es un romántico que ha puesto el nombre de “Hospital de los objetos rotos” al taller. Es el más crítico con el sistema. Ellen Brice, pintora y dibujante, trabaja provisionalmente en una inmobiliaria. Alice Bergtsrom, licenciada en Filosofía, se dedica a terminar su tesis sobre la vida en Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Lo hace, entre otras fuentes, a través del análisis de la película Los mejores años de nuestra vida. Al mismo tiempo trabaja en el PEN, una organización que lucha a favor de la libertad de expresión y de los escritores y periodistas presos por ejercer este derecho. Esta es una de las constantes preocupaciones de Auster desde que en febrero de 1989, el ayatola Jomeini , líder religioso de Irán, publicara una fatwa que instaba a la ejecución del escritor británico Salman Rhusdie al publicar un libro titulado Los versos satánicos por considerarlo “blasfemo contra el Islam”.

La vida de los cuatro jóvenes confluye cuando la falta de dinero les obliga a okupar una casa abandonada en Sunset Park, una zona marginal y austera del barrio de Brooklyn. En los pocos meses que conviven tratan de mejorar sus respectivas vidas a pesar de las difíciles circunstancias personales. Todos son personajes interesantes, todos cargan con problemas personales y todos intentan resolverlos lo mejor que pueden. Pero no será fácil, sobre todo para Miles.
“Ha decepcionado a su padre, ha fallado a Pilar, ha defraudado a todo el mundo, y mientras el coche cruza el puente de Brooklyn y contempla los enormes edificios de la otra orilla del East River, piensa en las construcciones perdidas, en los inmuebles perdidos y  las manos perdidas, y se pregunta si vale la pena tener esperanza en el porvenir cuando no hay futuro, y de ahora en adelante, dice para sí, dejará de tener esperanza en nada y vivirá exclusivamente para hoy mismo, para este momento, este instante fugaz, el ahora que está aquí y ya no está, el momento que se ha ido para siempre”.

 A diferencia de Brooklyn Follies (2005) , una novela happy, Sunset Park nos muestra al Auster pesimista de las primeras novelas, movido seguramente por la incertidumbre de un mundo que se desmorona con la crisis, de un futuro incierto y oscuro de una sociedad, la norteamericana, que ha perdido su norte. Por eso la confronta continuamente con la sociedad de la posguerra que anduvo también desorientada, y lo hace a través del análisis que hace Alice Bergstrom para su tesis de la película Los mejores años de nuestra vida, película de William Wyler estrenada en 1946, “la epopeya nacional de aquel momento determinado de la historia norteamericana: la historia de tres hombres destrozados por la guerra y las dificultades con las que se encuentran al volver con su familia, la misma situación que millones de otras personas que vivieron en la misma época”.
Paul Auster hace en Sunset Park un paralelismo entre esos dos momentos históricos que significaron el fin de una época y el inicio de otra muy diferente. Esto lo consigue a través de los personajes adultos que aparecen en la novela, sobre todo los padres de Miles.
Morris Heller, su padre, es dueño de una pequeña editorial de autores de éxito. Mary Lee Swann, su madre, es una estrella de Hollywood que además hace televisión y teatro. Rondan los sesenta años y sus vidas han sido plenas a nivel laboral y sentimental a pesar de su pronta separación tras el nacimiento de Miles.

Morris lee en las necrológicas de los periódicos los fallecimientos de deportistas y escritores fueron sus referentes, tanto en el caso del béisbol como en el de la literatura (Norman Mailer, Harold Painter, Susan Sontag…). Ese pesimismo vital se incrementa con la muerte de jóvenes como su hijastro o la brillante hija de un escritor amigo que se quita la vida en Venecia.
A lo largo de  la novela se percibe ese fatalismo. Tras la crisis, las generaciones de jóvenes tienen un futuro incierto. Tan solo hay una certidumbre: difícilmente vivirán mejor que sus padres.




Traducción de Benito Gómez Ibáñez


jueves, 10 de agosto de 2017

Un gran chico, de Nick Hornby



Durante el mes de agosto mi pereza ancestral se manifiesta en todo su esplendor. Es su mes.  Yo apenas puedo hacer nada para contenerla. Ni siquiera la frase de Ana Frank —“la pereza seduce, el trabajo satisface”— que tan presente tengo el resto del año, logra sacarme de la inoperancia más absoluta. Puedo leer, porque es una actividad que se lleva bien con La Pereza. Pero ésta siempre quiere lecturas llanas, de poca dificultad, de nivel 1. Puede que el calor tenga algo que ver. O que a mi alrededor haya poco trasiego. O que Neo (mi perro) se pase todo el santo día tumbado a la bartola. O que la ciudad se quede fantasma en estos días. O que comprar el pan se convierta en una odisea que me lleva a recorrer el barrio en busca de una panadería que no haya “cerrado por vacaciones”. Lo cierto es que la levedad se apropia de todo en el mes de agosto. También de la lectura. Y ya La Pereza se hace cargo.

El otro día comencé a leer un libro de Rodrigo Fresán titulado La parte inventada, y a la sexta línea me llevé un pescozón. Sentí el golpe y me quedé aturdido. Y asustado, sobre todo porque estaba solo en casa. No hizo falta girarme para ver de quien había sido esa mano invisible. Mensaje recibido. Fui hasta la estantería y saqué el libro que La Pereza había comprado unos días antes. Se titulaba Un gran chico. Su autor Nick Hornby. Es el cuarto libro que leo del autor. Me divertí con Alta fidelidad y con Juliet, desnuda. No tanto con Cómo ser buenos.

La Pereza ha disfrutado de la lectura de Un gran chico. Incluso la he sorprendido con alguna que otra risa. A mí no me ha hecho tanta gracia. Me ha gustado el personaje de Marcus, un adolescente inteligente que se sale de la uniformidad que comparten sus compañeros de instituto, por lo que se convierte en blanco fácil. A La Pereza, no me extraña, le ha gustado el personaje de Will, un treintañero soltero, sin oficio ni beneficio, que no hace nada porque vive de los derechos de autor de una canción navideña que compuso su padre. Will sigue la norma. El azar cruza sus caminos. Pronto descubrirán que se necesitan mutuamente.
Yo pondría Un gran chico en el segundo grupo de las novelas de Nick Honrby. La Pereza en el primero. Pero no quiero discutir porque en agosto lleva las de ganar. Agosto es su mes. Ya llegará septiembre, me digo.

La Pereza me aparta del teclado de un empujón.
—Ya sigo yo—me dice.





 Traducción de Miguel Martínez-Lage