lunes, 27 de febrero de 2017

En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano



La semana pasada, mientras andaba husmeando por una librería, un irracional  impulso me llevó a comprar tres novelas de Patrick Modiano. Su nombre lo escuché por primera vez cuando le dieron el Nobel. Lo tenía ahí, en esa lista de escritores premiados a la que suelo acercarme una vez al año para hacer una prospección lectora.
Poco sabía de él, excepto que era francés y que algunas de sus obras se centraban en desmontar la gloriosa resistencia del pueblo francés durante la ocupación alemana. Puede parecer extraño, pero lo cierto que me fui de la librería con tres de sus obras bajo el brazo, todas ellas publicados por la editorial Anagrama en la Colección Compactos, esa edición multicolor de bolsillo (los tres de Modiano de color rojo) que puebla mis estanterías. Compré “La trilogía de la ocupación”, que recoge sus tres primeras novelas en las que aborda el mencionado tema de la ocupación alemana de Francia. Me llevé también “Un pedigrí”, que es una breve autobiografía del autor, y “En el café de la juventud perdida”. Leí la contraportada de este último y decidí que éste sería mi primer acercamiento a Patrick Modiano. Sabía que si erraba el tiro en la elección, los otros dos libros podrían quedar durante mucho tiempo sin abrir, guardando polvo en la biblioteca. Intuía que era un autor en el que el lector no puede estar de mero consumidor pasivo de palabras. Y no me equivoqué.

Es una novela corta, poco más de cien páginas, pero quien piense que por eso mismo es un libro de lectura rápida se equivocará, porque lo llevará a pensar que Modiano no es para tanto, y he ahí el error. Yo creo que es una novela de doble lectura como mínimo. Bueno, eso mismo creo de otras muchas novelas, pero de ésta no lo dudo. Y digo esto porque en la segunda lectura es en la que se atan los cabos sueltos que son muchos, y uno se hace una idea de lo que el escritor nos quiere transmitir. Es como observar el cuadro de “Las Hilanderas” de Velázquez. Una primera mirada no nos dice demasiado. Tenemos que mirarlo varias veces, reposar la vista en el lienzo, en los personajes, en las escenas, y preguntarnos qué hacen ahí, porqué están colocados de ese modo y qué nos quería trasmitir el pintor. Con Patrick Modiano hay que leer de esta forma, con las neuronas en modo activo,  y comprenderemos por qué se le otorgó el Nobel en 2014.

El inicio de “En el café de la juventud perdida” se adivinan muchos de los elementos de la trama, si se puede llamar así a esta estructura tan fragmentada. También se aprecia el carácter de la protagonista de la novela.
“De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.
No llegaba a una hora fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café que más tarde cerraba en el barrio, junto con le Bouquet y La Pergola, y el que tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era solo su presencia la que hacía peculiares el local y las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume”.

El que nos cuenta esto es uno de los jóvenes asiduos del local, de Le Condé, un café frecuentado por jóvenes parisinos del mundo de la creación y la bohemia, y sus palabras denotan la nostalgia de aquel tiempo. Habla de una chica algo tímida y solitaria llamada Louki, y en torno a ella y gira esta novela.
Ha pasado el tiempo y nuestro narrador, que ahora trabaja en una oficina y vive solo,  recuerda aquellos meses  (la historia se sitúa a finales de los años sesenta) a través un cuaderno que uno de los del grupo,  Bowing apodado “El Capitán”, le legó cuando se fue a vivir a México. En ese cuaderno, Bowing se dedicó a registrar durante casi tres años el nombre y la dirección de los clientes que entraban en el local con la fecha y hora exacta en la que estuvieron allí. Con esta empresa (soñaba con hacerla extensible a todos los cafés de París), quería luchar contra el anonimato de la gran ciudad, “estaba deseando salvar del olvido a las mariposas que dan vueltas durante breves instantes alrededor de una lámpara”.
En su tiempo libre se dedica a revisar el cuaderno y a intentar recordar los detalles de esos días. Por entonces,  era un joven estudiante de la Escuela Superior de Minas que se acercó este local del Barrio Latino de París  atraído por el espíritu intelectual y bohemio de sus moradores.  Fue ahí donde conoció a estos jóvenes (Zacharías, Louki, Tarzán, Jean Michel, Freds, Alí Cherif, Annet, Don carlos, Adamov, Mireille ) que siempre llevaban un libro bajo el brazo y que se solían reunir para hablar de política, de literatura, o para hacer experimentos como “ la patafísica, el el letrismo, la escritura automática o las metagrafías”.


En el cuaderno de entradas hay un nombre, el de Louki, que destaca porque siempre está subrayado con lápiz azul. Bowing le contó que el subrayado había sido obra de un tal Caisley,  a quien se lo dejó unos días porque dijo ser editor y estar interesado en publicarlo. Pero se lo devolvió y nunca más lo volvió a ver.  Nuestro estudiante de minas, busca los registros de Louki en el cuaderno e intenta estrujar su memoria.  La recuerda sentada en el café con “Horizontes perdidos”,  de James Hilton. Recuerda la noche en que llegó al local por primera vez y uno de ellos la bautizó con el nombre de Louki: “Sí, empezó a venir a Le Condé en otoño. Y seguro que no fue por casualidad. A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir. Hay electricidad en el aire de París en los atardeceres de octubre, a la hora en que va cayendo la noche. Incluso cuando llueve. No me entra melancolía a esa hora ni tengo la sensación de que el tiempo huye. Sino de que todo es posible. El año comienza en el mes de octubre. Empiezan las clases y es la estación de los proyectos. Así que si Louki vino a Le Condé en octubre fue porque había roto con toda una parte de su vida y quería hacer eso que llaman en las novelas PARTIR DE CERO. Por lo demás hay un indicio que me demuestra que no debo de estar del todo equivocado En Le Condé le pusieron un nombre nuevo. Y, aquel día, Zacharías habló incluso de bautismo. Había vuelto a nacer, como quien dice”

En otras páginas del cuaderno, Louki se menciona acompañada de un hombre “moreno con chaqueta de ante” que está también  subrayado. Lo último que recuerda de ella fue que el escritor Maurice Raphael y ella lo llevaron a casa una noche en que diluviaba. Fue cuando se planteó dejar sus estudios en la Escuela Superior de Minas.
En este primer capítulo Patrick Modiano , además de introducirnos en ese ambiente con un tono nostálgico, echa el anzuelo al lector dejando sin resolver multitud de cuestiones. ¿Quién es la misteriosa Louki?¿Qué pasó con ella?¿Por qué estaba subrayado su nombre en el cuaderno?¿Quién era realmente el tal Caisley y por qué subrayó el nombre de Louki?¿Quién era el moreno de la chaqueta de ante que la acompañaba al local?.

En los siguientes cuatro capítulos se dan respuesta a todas esta preguntas, pero Modiano utiliza diferentes narradores para hacerlo, en diferentes tiempos dando a la novela una estructura compleja, como si de un puzzle se tratara, que el lector ha de reconstruir conforme avanza la lectura.
El segundo capítulo está narrado por el tal Caisley, que resulta ser un detective privado que busca a Louki por encargo de su marido. En el tercero es la propia Louki, cuyo verdadero nombre es Jacqueline Delanque, la que nos cuenta su historia desde su infancia, la relación con su madre, sus estudios fallidos, sus primeras salidas en su barrio con Jeannette Gaul  apodada “La Calavera” y sus amigos, su temprano matrimonio y su llegada a Le Condé en busca de una nueva vida.
“Un día, al amanecer, me escapé de Le Canter, donde estaba con Jeannette […] Me asfixiaba. Me inventé un pretexto para salir a tomar el aire. Eché a correr. En la plaza todos los rótulos fluorescentes estaban apagados, incluso en el Moulin-Rouge. Dejé que se apoderase de mí una embriaguez que el alcohol ni la nieve hubieran podido proporcionarme nunca. Subí la cuesta hasta el Chateau des Brouillards. Estaba completamente decidida a no volver a ver a la banda de Le Canter. Más adelante he sentido la misma embriaguez cada vez que he roto con alguien. No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros”.

En los dos últimos capítulos el narrador es Roland, “el moreno de la chaqueta de ante”, con quien Louki tiene una relación.  El final se intuye desde la primera página y sin embargo es impactante.
Hay varios temas fundamentales en la novela. El primero de ellos está precisamente en el título. Entre los 18 y los 25, los años en los que todo es posible, los años en que comienzan a dibujarse los contornos y marcan para el resto de la vida. La nostalgia por la juventud perdida está detrás de toda la novela y Louki es la metáfora de esa época idealizada que todos recuerdan. El tema se ve reforzado por el interés de Louki por las culturas orientales, y por su libro de cabecera, “Horizontes perdidos”, que recrea el mundo ideal en la ciudad de Shangri La situada en un valle perdido del Himalaya, donde la juventud es eterna y la gente es feliz. Aquí está otro de los temas de la novela. La utopía frente a la realidad. Louki huye de la realidad, intenta dejar atrás el pasado y busca refugio en la otra orilla del Sena, en Le Condé, en el lugar de los sueños, en la zona neutra. Pero el pasado siempre está ahí, porque como dice Javier Cercas, el pasado no existe, tan solo es una dimensión del presente.
Gran descubrimiento, Patrick Modiano.


Traducción de María Teresa Gallego Urrutia



sábado, 25 de febrero de 2017

Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías



Leo Mañana en la batalla piensa en mí de Javier Marías. Como en toda su obra, las digresiones son una constante, y el pensamiento de los protagonistas tiene más espacio y más peso que la propia trama. Forman parte de ella. De modo que el lector avanza lentamente. Y eso que la historia es muy poderosa en esta novela. Una mujer muere repentinamente en su cama cuando está con un amante, mientras su marido está en Londres y su hijo pequeño duerme en la habitación del al lado. Esto lo cuenta Víctor,  el hombre con el que Marta Téllez esta a punto de tener una aventura y la muerte se encarga de impedírselo. Es el narrador y el protagonista de la novela. Este hombre, este amante que no llega a serlo, escritor de guiones para televisión, se encuentra de repente con el cuerpo inerte de esa mujer a la que apenas conoce entre sus brazos.
Piensa Víctor  tras la muerte de Marta Téllez:
«Tantas cosas suceden sin que nadie se entere ni las recuerde. De casi nada hay registro, los pensamientos y movimientos fugaces, los planes y los deseos, la duda secreta, las ensoñaciones, la crueldad y el insulto, las palabras dichas y oídas y luego negadas o malentendidas y tergiversadas, las promesas hechas y no tenidas en cuenta, ni siquiera por aquellos a quienes se hicieron, todo se olvida o prescribe, cuando se hace a solas y no se anota y también casi todo lo que no es solitario sino en compañía, cuán poco va quedando de cada individuo, de qué poco hay constancia, y de ese poco que queda tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan solo una mínima parte, y durante poco tiempo, la memoria individual no se transmite ni interesa al que la recibe que forja y tiene la suya propia […] No podemos estar más que en un sitio en cada momento, e incluso entonces a menudo ignoramos quienes nos estarán contemplando o pensando en nosotros, quién está a punto de marcar nuestro número, quién de escribirnos, quién de querernos o de buscarnos, quién de condenarnos o asesinarnos y así acabar con nuestros escasos y malvados días, quién de arrojarnos al revés del tiempo o a su negra espalda».
El protagonista no sabe muy bien qué hacer ante la situación en la que el azar lo ha colocado. No es fácil. En un primer momento decide desaparecer de la escena borrando sus huellas, pero poco a poco va surgiendo en él el deseo de conocer a la familia de la mujer que murió entre sus brazos. Lo que nos ofrece Marías no es el exterior, no es la superficie de una historia, sino que nos lleva literalmente al interior de la cabeza del protagonista para vivir la historia desde ahí.
Como ocurre en Corazón tan blanco, en los últimos capítulos la lectura se acelera y mis expectativas se ven superadas por la maestría del genio. Me recuerda en cierto modo a la escritura de José Saramago, pausada y reflexiva pero con una trama potente y un desenlace rápido y memorable. Durante toda la novela los personajes apenas se mueven y el final llega en un movimiento acelerado perfectamente orquestado.
 «Qué desgracia saber tu nombre aunque ya no conozca tu rostro mañana, los nombres no cambian y se quedan fijos en la memoria cuando se quedan, sin que nada ni nadie pueda arrancarlos. Mi cabeza está llena de nombres cuyos rostros he olvidado o son solo una mancha flotando en un paisaje, una calle, una casa, una edad o una pantalla».
La muerte, la memoria, la verdad y  el azar se convierten en temas fundamentales de la novela y de las reflexiones del protagonista.
Lo que más me gusta de Javier Marías es que sus reflexiones tienen peso. Se puede disfrutar de cada frase, de cada párrafo, porque su prosa es una prosa con sustancia, con filosofía.
«Y cuán poco va quedando de cada individuo en el tiempo inútil como la nieve resbaladiza, de qué poco hay constancia, y de ese poco tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan solo una mínima parte, y durante poco tiempo: mientras viajamos hacia nuestra difuminación lentamente para transitar tan solo por la espalda o el revés del tiempo, donde uno no puede seguir pensando ni se puede seguir despidiendo diciendo: “Adiós risas y adiós agravios. No os veré más, ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos».
Puro Shakespeare. Puro Javier Marías. 

jueves, 23 de febrero de 2017

El sendero de los nidos de araña, de Italo Calvino



1 de septiembre de 1939. El ejército alemán invade Polonia. Comienza la Segunda Guerra Mundial. En octubre, Italo Calvino cumplirá los dieciséis años. Vive con sus padres en la ciudad italiana de San Remo. Trata de continuar con sus estudios a pesar de la guerra y se traslada a Turín. Pero en 1943, los aliados desembarcan en Sicilia y pronto controlan el sur de Italia. Mussolini es derrocado tras un golpe palaciego y Hitler decide ocupar el norte de Italia y reponer de nuevo a su amigo en el poder. Se crea  la llamada República Social Italiana, un gobierno títere en manos de Hitler. Es éste gobierno el que llama a filas al joven Italo Calvino, quien no duda en desertar junto a su hermano. Su salida es unirse a las Brigadas Partisanas Garibaldi ligadas al Partido Comunista, un grupo de resistencia antifascista en la Italia ocupada por los nazis. En las ciudades ocupadas comienzan a surgir núcleos partisanos formados por pocas personas cuyo objetivo es llevar a cabo acciones de sabotaje contra los alemanes y contra los fascistas. Son los GAP, los Grupos de Acción Patriótica. De manera que durante dos años Italo Calvino es un joven partisano que empuña las armas contra el fascismo.

Italo Calvino tenía veintidós años cuando Italia fue liberada. Había vivido la experiencia de la guerra y quería ser escritor, de manera que se matriculó en Letras en la Universidad de Turín y entró en contacto con Césare Pavese.  Lo primero que salió de su pluma fue  “El sendero de los nidos de araña”. Se publicó en 1947. Señala Italo Calvino en el prefacio que escribió para la novela en 1964: “El haber salido de una experiencia  (guerra, guerra civil) que no había perdonado a nadie, establecía una comunicación entre el escritor y su público: nos encontrábamos cara a cara, cargados por igual de historias que contar; todos habíamos vivido la nuestra, todos habíamos vivido vidas irregulares, dramáticas, de aventuras, nos arrebatábamos la palabra de la boca. Al principio la renacida libertad de hablar fue para la gente furia que contar: en los trenes que volvían a circular, atestados de pasajeros y paquetes de harina y bidones de aceite, cada uno contaba a los desconocidos las vicisitudes que había atravesado, y lo mismo cada parroquiano en las mesas de las tabernas populares, cada mujer en las colas de las tiendas: la grisalla de la vida cotidiana parecía algo de otros tiempos. Nos movíamos en un multicolor universo de historia”.
Y sin embargo, “El sendero de los nidos de araña” no es una novela autobiográfica, aunque muchas situaciones estén sacadas de su experiencia vital como partisano. Italo Calvino quería mostrar la dureza de la guerra partisana de manera objetiva. Afirma que quería hacer una simbiosis entre “Por quién doblan las campanas” de Hemingway y “La isla del tesoro” de Stevenson. Y para eso creó a un niño de un barrio pobre de una ciudad italiana ocupada por los alemanes, a través del cual nos muestra ese episodio con mucha crudeza. Yo creo que le salió un Lazarillo de Tormes rodeado de barbarie.


El niño (no sabemos su edad pero debe rondar los ocho o nueve años) se llama Pin y la vida le obliga a rodearse de adultos. Es huérfano y vive con su hermana que ejerce la prostitución. Es un pícaro que se las sabe todas. “Pin no conoce bien la diferencia entre cuando hay guerra y cuando no la hay. Desde que nació le parece haber oído siempre hablar de la guerra, sólo los bombardeos y el toque de queda vinieron después”. Ha aprendido de los adultos en las calles del barrio y en la taberna, sin embargo no entiende el mundo de los adultos: “Pin sube por el carrugio (callejuela en gradas de los barrios pobres de las ciudades litorales del Golfo de Génova), casi oscuro ya; se siente solo y perdido en esa historia de sangre y cuerpos desnudos que es la vida de los hombres”. Este es el final del primer capítulo. Regresa a casa después de escuchar a los hombres en la taberna hablar de la guerra. Pin no entiende de política. Solo quiere ganarse la admiración de alguien, salir del desamparo, de la profunda soledad que lo rodea. Esto le lleva a robarle la pistola a un oficial alemán mientras está en el cuarto con su hermana para llevársela a un partisano del GAP. Pin sabe que los alemanes lo van a descubrir así que la esconde en un lugar de las afueras que sólo él conoce, el lugar donde anidan las arañas. Es el único sitio en el que Pin se encuentra a salvo. Es su lugar mágico. Cuando regresa a la ciudad lo atrapan, lo maltratan y lo encarcelan junto a otros presos políticos. Allí conoce a uno de los héroes partisanos, Lobo Rojo, con quien consigue escapar de la cárcel. Solo le queda una salida: unirse a los partisanos. Tras la huída llega al monte y se queda con una de las partidas de guerrilleros,  un grupo muy especial formado por el lumpen, es decir, pobres poco ideologizados que sin embargo luchan contra el fascismo. Giacinto, uno de los comisarios se dirige al grupo:”El comunismo es que entres en una casa donde estén tomando sopa y te den sopa, aunque seas estañador, y si se come pan dulce en Navidad, te den pan dulce. Eso es el comunismo. Por ejemplo, aquí estamos todos llenos de piojos, tantos que mientras dormimos nos movemos porque los piojos nos arrastran. Y yo fui al comando de brigada y vi que tenían polvo insecticida. Entonces dije: bonitos comunistas sois, de esto no nos mandáis al destacamento. Y ellos dijeron que nos mandarían polvo insecticida. Eso es comunismo. Los hombres lo han escuchado atentamente y aprueban: esas son la palabras que todos entienden bien”. Kim, el otro comisario es el contrapunto, es quien introduce el discurso ideológico, pero la hace en privado, a sabiendas de que nadie le va a entender. Es el único idealista. Piensa “Tal vez no haga cosas importantes, pero la historia está hecha de pequeños gestos anónimos, tal vez mañana moriré, quizás antes que ese alemán, pero todo lo que haga antes de morir y mi muerte misma serán trocitos de historia, y todo lo que pienso ahora influirá en mi historia de mañana, en la historia de mañana del género humano”.
 En el grupo todos son desgraciados y Pin encuentra un hueco entre ellos, con su descaro, sus chascarrillos, sus bromas y sus canciones. El Zurdo, el Trucha, el Primo, al Marqués, el Duque, Giglia, Piel, Zena el largo apodado Gorra-de-Madera . Todos deformados por el autor. No quiere héroes. No hay heroísmo en la guerra, ni siquiera en la lucha antifascista. Babeuf, fundador de comunismo primitivo, es el nombre del halcón del cocinero.
Todo lo vemos  a través de un narrador omnisciente que nunca se separa de Pin. Pin nunca empuña las armas, así que nunca contemplamos la batalla. Siempre en la retaguardia junto al Zurdo y a su esposa Giglia esperando a que regresen. La tensión va creciendo entre los guerrilleros. Y Giglia, se convierte en la excusa para que la tensión estalle. Ese es el argumento, la relación que hay entre ellos y cómo sobreviven en medio de las penalidades de la guerra, a la espera de que en cualquier momento lleguen los alemanes y acaben con todos. “El sueño de los resistentes son raros y cortos, sueños nacidos en la noche de hambre, ligados a la historia de la comida siempre escasa y que hay que compartir entre muchos: sueños de trozos de pan mordidos y luego guardados en un cajón. Los perros vagabundos han de tener sueños parecidos, de huesos roídos y escondidos bajo la tierra”.

Es una novela de personajes, de jergas, de paisajes, de situaciones y de denuncia social. Una novela realista, sin concesiones, que forma parte de esa corriente literaria y cinematográfica, el Neorrealismo, que se desarrolló en Italia tras la Segunda Guerra Mundial en oposición al historicismo maniqueo y simplón con final feliz impuesto por el fascismo desde la subida de Mussolini al poder en el año 1922. En esta novela no hay héroe sino antihéroe. Y por supuesto no hay un happy end como el que la censura franquista añadió al “Ladrón de bicicletas” de Vittorio De Sica.






viernes, 10 de febrero de 2017

"Los detectives salvajes", de Roberto Bolaño



Comienzo a escribir sobre esta novela y me parece que voy a hacer algo absurdo. Es una obra tan grande que cualquier cosa que escriba sobre ella se va a quedar en menos que nada. Y sin embargo,  voy a escribir sobre este libro, a sabiendas de que estoy haciendo algo absurdo. Hay que leer la novela. Y releerla, hasta el fin de los días. Porque no se acaba nunca.

El inicio de Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño es el arranque hacia uno de los mejores viajes que la literatura me ha proporcionado. Es un viaje hacia el centro de la propia literatura.
El libro comienza así:

«2 de noviembre
He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
3 de noviembre
No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en la habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribí en el taller de Poesía de Julio César Álamo, en la Facultad de Filosofía y letras, y de esa manera conocía a los real visceralistas o viscerrealistas o incluso vicerrealistas como a veces gusta llamarse».

La estructura de la novela de Roberto Bolaño es absolutamente genial.
Consta de tres partes:
1.- Mexicanos perdidos en México (1975)
2.-Los Detectives Salvajes (1976-1996)
3.- Los desiertos de Sonora (1976)

La primera parte, Mexicanos perdidos en México, de unas 130 páginas, nos muestra el momento en que el joven Juan García Madero entra en contacto con Ulises Lima, Arturo Belano, María y Angélica Font, Piel Divina y otros escritores/poetas del una corriente literaria llamada realismo visceral que viven en México D.F.
 Lo hace a través de un diario que comienza el 2 de noviembre de 1975 y termina el 31 de diciembre de ese mismo año.
Juan García Madero es un joven que acaba de entrar la universidad y se relaciona con todos estos jóvenes escritores del extrarradio literario mexicano que intentan hacerse un hueco con sus publicaciones en una revista. Son la versión juvenil de Max Estrella, tocados por la enfermedad de las letras. Son críticos con Octavio Paz y en general con todo el establishment literario latinoamericano, con excepciones, como Nicanor Parra. Son artistas de los márgenes que dedican su tiempo a leer, conocer, inventar, innovar, escribir, publicar, a buscar en la inmensidad del océano de la literatura. Dos de ellos son los líderes del movimiento: Ulises Lima y Arturo Belano. Ellos son los detectives salvajes.

«14 de diciembre
A los real visceralistas nadie les da NADA. Ni becas ni espacios en sus revistas ni siquiera invitaciones para ir a presentaciones de libros o recitales.
Belano y Lima parecen dos fantasmas.
Si simón significa sí y nel significa no, ¿qué significa simonel?
Hoy no me siento muy bien»

García Madero tiene talento. Y quiere ser escritor. Escribe en su diario: «Todo el día deprimido, pero escribiendo y leyendo como una locomotora». Sus pasos lo llevan hasta los bares por los que pululan los real visceralistas, así como a las reuniones literarias en casa de las hermanas Font, cuyo padre es una especie de mecenas-protector de los jóvenes literatos y se encarga del diseño y la financiación de la revista. Sus hijas, María y Angélica, también escriben y tienen relación con el grupo, sobre todo con García Madero. En una de esas visitas García Madero pierde la virginidad con María. Es el momento en que es plenamente consciente de su vocación literaria.
En esta primera parte del libro, Juan García Madero descubre el amor, el sexo, la literatura, la amistad; descubre la vida desde el entusiasmo de sus diecisiete años.

«21 de diciembre.
Sin novedad. La vida parece haberse detenido. Todos los días hago el amor con Rosario. Cuando ella se va a trabajar, escribo y leo. Por la noche salgo a dar vueltas por los bares de Bucareli. A veces me paso por la Encrucijada y los meseros me atienden el primero. A las cuatro de la mañana vuelve Rosario (cuando termina el turno de noche) y comemos algo ligero en nuestro cuarto, generalmente cosas que ella trae preparadas del bar. Luego hacemos el amor hasta que se duerme y yo me pongo a escribir».

La primera parte termina cuando Belano, Lima, García Madero y Lupe salen huyendo del México DF el día de Nochevieja. Y desaparecen.




En la segunda parte, la que da título al libro, García Madero sale de escena por completo, y los protagonistas son Ulises Lima y Arturo Belano. Alguien (aún no sabemos de quien se trata) los intenta encontrar e inicia una investigación entrevistando a personas que  coincidieron con ellos, de manera que vamos conociendo, a modo de documental, a los líderes de real visceralismo a través de las opiniones y la mirada de terceros, al tiempo que el autor va dibujando a los propios personajes entrevistados.
El entrevistador los busca y el lector va haciéndose una idea del paradero de Ulises Lima y Arturo Belano.
El autor de Los detectives salvajes nos tiene en ascuas todo el tiempo porque hay continuas digresiones en cada una de las intervenciones. También nos hace pensar que siguen en la clandestinidad tras las constantes alusiones a que ambos solían desaparecer un tiempo y luego regresaban con material ilícito para venderlo en las calles del D.F. Muchos de los entrevistados insinúan veladamente que les ha podido ocurrir algo grave. Algunos los aprecian, otros los odian. Nuestros héroes (sus nombres, Ulises y Arturo, no son casuales) aparecen como figuras poliédricas diseccionados por la mirada de los demás, de los otros. Por eso los vemos exteriormente completos.

Las entrevistas las agrupa el autor en capítulos y en cada capítulo varía el número de entrevistas (entre una y siete). Esta segunda parte tiene un total de 26 capítulos y en ellos se recogen las entrevistas que se van realizando a lo largo del tiempo y en diferentes lugares de México y Europa. Las entrevistas comienzan en 1976 y terminan 20 años después, en 1996, (¿casualmente?) año en que Roberto Bolaño comenzó a escribir la novela que publicaría dos años después.
Aparecen un total de 53 personajes y uno de los grandes logros de Bolaño es dar una voz propia y singularísima a cada una de ellos.

El primero de estos personajes es Amadeo Salvatierra, un escritor ya veterano al que visitan Ulises Lima y Arturo Belano una noche de enero de 1976, es decir, después de que se marcharan del D.F. Esa noche, bebieron una botella de mezcal “Los Suicidas”.
Dice Amadeo Salvatierra: «Ay, qué lástima que ya no hagan mezcal Los Suicidas, qué lástima que pase el tiempo, ¿verdad?, qué lástima que nos muramos y que nos hagamos viejos y que las cosas viejas se vayan alejando de nosotros al galope».
Esta entrevista es fundamental en la novela y el lector lo va descubriendo poco a poco porque Roberto Bolaño la intercala a los largo de los siguientes capítulos junto con otras entrevistas, es decir, interrumpe la evolución cronológica en un continuo flashback  con la inserción de un fragmento de lo que aconteció esa noche. Lo que nos cuenta Amadeo Salvatierra tiene por tanto la clave de la novela, esto es la búsqueda por parte de Ulises Lima y Arturo Belano de la mujer que consideran fundadora del movimiento real visceralista, una poeta mexicana olvidada de la que nadie ha leído nada llamada Cesárea Tinajero. Dice Salvatierra: “Todo el mundo hablaba muy bien de ella o muy mal de ella, y sin embargo nadie la publicó”. Esa es la misión de Ulises Lima y Arturo Belano, ese es el objetivo de los detectives salvajes, encontrar a la escritora fundadora del real visceralismo, Cesárea Tinajero. 

De manera que el lector sigue la pista a los detectives literarios que a su vez siguen la pista de Cesárea Tinajero.  Y si el lector tiene buena memoria recordará que ya hay una alusión a esta búsqueda en el diario de García Madero cuando el 22 de diciembre entra en la librería de Rebeca Nadier:
«Pese a que en mi primera visita (escribe García Madero) ya había descartado esta librería como un objetivo apreciable, decidí entrar. No había nadie. Un aire viciado, dulzón, envolvía los libros y las estanterías. Sentí unas voces provenientes de la rebotica, por lo que deduje que la ciega se hallaba enfrascada en algún negocio. Decidí esperar hojeando viejos libros […] Pronto me cansé y tomé asiento en una sillita de mimbre. Me acababa de sentar cuando oí un grito. Lo primero que pensé fue que estaban asaltando a Rebeca Nadier, y sin meditar lo que hacía me lancé hacia el interior de la librería. Tras la puerta me esperaba una sorpresa. Ulises Lima y Arturo Belano examinaban sobre una mesa un viejo catálogo y al irrumpir yo en la habitación levantaron las cabezas y por primera vez los vi sorprendidos de verdad. Junto a ellos, doña Rebeca miraba al cielorraso en una actitud pensativa o evocadora. No le había pasado nada. Fue ella la que gritó, pero su grito no fue de miedo sino de sorpresa». En esta escena puramente detectivesca queda claro  que en el catálogo buscan alguna obra de Cesárea Tinajero. Lo que no queda tan claro es el motivo del grito de doña Rebeca.

El lector continúa con la retahíla de entrevistas y va conociendo a los personajes entrevistados al tiempo que olvida el fondo de la trama y se centra en lo que estos cuentan sobre su vida, o lo que opinan sobre cuestiones políticas o literarias. En este sentido, esta parte se convierte en una especie de novela coral en la que los secundarios tapan a los protagonistas. Además de Amadeo Salvatierra, aparecen Perla Avilés, Laura Jaúregui, Fabio Ernesto Logiacomo, Luis Sebastián Rosado, Alberto Moore, Carlos Monsivais, Piel Divina, Angélica Font, Manuel Moples Arce, Bárbara Paterson, Joaquín Font, Jacinto Requena, María Font, Auxilio Lacouture, Joaquín Vázquez Amaral, Lisandro Morales, Rafael Barrio, Felipe Müller, Simone Darrieux, Hipólito Garcés, Roberto Rosas, Sofía Pellegrini, Michel Bolteau, Mary Watson, Alain Lebert, Norman Bolzman, Herminito Künst, José Zepilote Colina, Verónica Volkow, Alfonso Pérez Comarga, Hugo Montero, Xochilt García, Andrés Ramírez, Abel Romero, Edith Oster, Xosé lendoiro, Daniel Grossman, Susans Puig, Guillem Pina, Jaume Planells, Iñaki Echavarne, Aurelio Baca, Pere Ordóñez, Julio Martínez Moraleja, Pablo del Valle, Marco Antonio Palacios, Hernando García León, Pelayo Barrendoaín, Clara Cabeza, Maria Teresa Salsona Robot, Jacobo Urenda y Ernesto García Grajales. A través de todos ellos conocemos retazos de los avatares de Ulises Lima y Arturo Belano en los años que van desde 1976 a 1996. Sus viajes, su investigación, su separación, la llegada de Belano a Barcelona, sus intentos por sobrevivir, su amor por la literatura.

Esta segunda parte es una verdadera obra de ingeniería literaria en la que además de la búsqueda de nuestros detectives salvajes, Roberto Bolaño introduce relatos a través de los personajes que son totalmente ajenos a la trama principal. Es un libro de libros, una historia llena de historias, como la que narra Xosé Lendoiro, un abogado con ínfulas de poeta y amante del mundo clásico (muchas de las frases que utiliza son latinajos) que decide dejarlo todo para viajar, escribir y publicar una revista. En uno de sus viajes en caravana llega a Galicia y allí le acontece una historia novelesca. Un niño ha caído en una grieta. Todos dicen que allí vive el diablo. Incluso uno de los que ha bajado con una cuerda avisa para que lo suban rápidamente porque ha visto al mismísimo diablo. Es entonces cuando el vigilante de un camping cercano se presta a bajar a la sima para rescatar al niño, cosa que logra, demostrando que el diablo estaba solo en la imaginación de la gente.  «Y el vigilante al que llamaban El Chileno, pues esa era su nacionalidad también descendía de esforzados gallegos, y su apellido Belano, también lo indicaba»Así es como Xosé Lendoiro conoce a nuestro héroe real visceralista en octubre de 1992. Y lo mejor de todo es que el  autor da una nueva vuelta de tuerca a este relato pues la historia del niño que se cae en la grieta es en realidad un cuento de Pío Baroja titulado La sima que Lendoiro había leído de niño, de modo que Arturo Belano se convierte en héroe del cuento de Baroja en la mente de Xosé Lendoiro. ¿Quién da más?

Esto es sólo la punta del iceberg de la colosal obra de Roberto Bolaño. Incluso se atreve a rescatar personajes para novelas posteriores como es el caso de Auxilio Lacouture, que es la protagonista de la novela "Amuleto", publicada un año después, quien se queda escondida en los baños de la Universidad Autónoma de México cuando el ejército toma el campus para acabar con las protestas estudiantiles en 1968. Este es el genial monólogo interior que tiene Auxilio Lacouture en ese momento:
«Estoy en el lavabo de mujeres de la Facultad y puedo ver el futuro, decía yo con voz de soprano y como si me hiciera de rogar. Ya lo sé, decía la voz del sueño, tu empezá con las profecías que yo las anoto. Las voces, decía yo con voz de barítono, no anotan nada, las voces ni siquiera escuchan. Las voces sólo hablan. Te equivocas, pero es igual, tú di lo que tengas que decir y procura decirlo fuerte y claro. Entonces yo tomaba aliento, dudaba, ponía la mente en blanco y finalmente decía: mis profecías son estas:
Vladimir Maiakovski volverá a estar de moda allá por el año 2150. James Joyce se reencarnará en un niño chino en el año 2124. Thomas Mann se convertirá en un farmacéutico ecuatoriano en el año 2101 [...] Virginia Woolf se reencarnará en una narradora argentina en el año 2076. Louis Ferdinand Celine entrará en el año 2094. Paul Eluard será un poeta de masas en el año 2101. César Vallejo será leído en los túneles del año 2045 [...] Franz Kafka volverá a ser leído en todos los túneles de Latinoamérica en el año 2101. Carson McCullers seguirá siendo leída en el año 2100. El caso de Antón Chejov será un poco distinto: se reencarnará en el año 2003, se reencarnará en el año 2010, se reencarnará en el año 2014. Finalmente volverá a aparecer en el año 2081. Y ya nunca más».

Es impresionante como Roberto Bolaño logra mover al lector por este intrincado laberinto de lugares y personajes, siempre detrás de los héroes del real visceralismo.
Y siempre detrás de Cesárea Tinajero.
Casi al final de la segunda parte, termina la intervención de Amadeo Salvatierra y éste enseña a Belano y a Lima una revista con el único poema conocido de Cesárea Tinajero:
«¿El poema de Casárea Tinajero?Lo había visto cuando tenía siete años ¿Y lo entendía?¿Sabía lo que significaba? Porque debía significar algo, ¿no? Y los muchachos me miraron y dijeron que no Amadeo, un poema no necesariamente significaba algo, excepto que era un poema, aunque éste, el de Cesárea, en principio ni eso. Así que les dije, déjenme véanlo y extendí la mano como quien pide limosna y ellos pusieron el único número de la revista Caborga que quedaba en el mundo entre mis dedos acalambrados. Y vi el poema que había visto tantas veces:
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Y les pregunté a los muchachos, les dije, muchachos, yo llevo más de cuarenta años mirándolo y nuca he entendido una chingada. Eso es la verdad. Para qué voy a mentirles. Y ellos dijeron, es una broma, Amadeo, el poema es una broma que encubre algo muy serio. ¿Pero qué significa?, dije. Déjanos pensar un poco, Amadeo, dijeron…».

Dejo el misterioso poema de Cesárea Tinajero para los atrevidos lectores de la novela.

Al final de esta segunda parte al fin nos enteramos de quien es el autor de las entrevistas. Y lo hacemos gracias a la intervención de Andrés Ramírez, un chileno que llegó de polizonte en un barco a España y tiene el don de ver números, de modo que jugó a la quiniela dos veces y acertó, lo que le permitió abrir varios bares en Barcelona y prosperar. Es precisamente el friegaplatos del local “El cuerno de oro”, el autor de las entrevistas, el detective que persigue a los detectives salvajes, quien antes de ser despedido, asoma la cabeza para que lo veamos. El friegaplatos es... ¡Arturo Belano!.
 Es él, el propio Belano quien se ha ocupado a lo largo de veinte años de rastrear y narrar su propia historia y la de su amigo Ulises Lima a través de terceros. ¿Cómo lo hizo para que no lo reconocieran? No lo sabemos. Tal vez se disfrazó de otro para buscarse a sí mismo. Tal vez tiró de memoria e imaginación para contarnos tan asombrosa historia.

Termina la segunda parte y sonreímos porque sabemos que estamos leyendo algo grande. Pero no ha terminado la novela. Todavía nos falta el  por qué del peregrinar de Ulises Lima y Arturo Belano por el mundo. Y en la tercera parte titulada Los desiertos de Sonora, encontramos la respuesta. De repente regresamos al 1 de enero de 1976 y al diario de Juan García Madero, ya olvidado cuatrocientas dieciséis páginas atrás. Ahí vemos cómo Lima, Belano, Lupe y el propio García Madero se dirigen en el Impala de Quim Font hacia al norte de México, hacia el desierto de Sonora, lugar mítico de Bolaño, hacia la ciudad de Santa Teresa que no es otra que Ciudad Juárez, ciudad fronteriza marcada por la violencia y el narcotráfico. Y se dirigen allí en busca de Cesárea Tinajero después de que Amadeo Salvatierra les enseñara el poema de la revista Caborca.
Durante el viaje juegan con la literatura. García Madero pregunta y el resto responde:
«Y luego les pregunté si sabían qué era un gliconio (que es un verso de mátrica cásica que se puede definir como una tetrapodia logaédica catalética in syllabam), y un hemíepes (que, en la métrica griega, es el primer miembro del hexámetro dactílico), o un fonosimbolismo (que es la significación autónoma que pueden asumir los elementos fónicos de una palabra o verso). Y Belano y Lima no supieron ni una sola respuesta, no digamos Lupe…»

Llagan a Santa Teresa y Lima y Belano investigan en archivos y bibliotecas y preguntan a gente por Cesárea Tinajero quien, si todavía vive, debe rondar los setenta años. Mientras, García Madero se dedica a leer, a escribir y a coger con Lupe.
Y al final, se cierra el círculo. Y es un círculo perfecto el que dibuja Roberto Bolaño.

Desde el primer momento el lector comienza a sospechar a cerca de la identidad de Arturo Belano, nombre que se acerca sospechosamente al de propio autor. Y comienzan las coincidencias. Roberto Bolaño es chileno, estuvo en México y terminó en España ganándose la vida como friegaplatos o como vigilante de un camping  mientras escribía, vivió en la calle Tallers de Barcelona...
Y esas coincidencias se hacen más visibles cuando hay fragmentos de la realidad trasladados a la ficción. Esto nos da la clave para saber quién es el inspirador de Ulises Lima, que no es otro que el poeta mexicano Mario Santiago, de quien en una entrevista dice Bolaño:
«Mario Santiago fue mi mejor amigo. Mi mejor amigo, de lejos. Un ser extrañísimo. En realidad Mario Santiago parecía haber bajado de un OVNI hacía un par de días. Y tenía cosas tan extrañas como meterse en la ducha y segur leyendo. Entonces se metía en la ducha y con la mano mantenía el libro así. Y lo peor es que eran mis libros. Yo veía siempre mis libros mojados y no sabía qué había ocurrido. Yo decía, ¿es que ha llovido en México?, hasta que una vez lo sorprendí leyendo en la ducha». Esta anécdota aparece narrada por Simone Darrieux en la segunda parte de la novela hablando de Ulises Lima. «¿Lees en la ducha!¿Te has vuelto loco?, y él dijo que no lo podía evitar, que además sólo leía poesía…»
Mario Santiago nunca llegó a leer la novela de su amigo Roberto Bolaño. Murió en México D.F. tras un atropello el 7 de enero de 1998.


Los detectives salvajes fue la primera novela que leí de Roberto Bolaño. Después de leerla nada volvió a ser igual. Esta novela llegó a mis manos gracias a mi amigo José Juan, que tras una noche de mezcal y literatura, terminó subiendo a casa a por ella para regalármela. Estaba amaneciendo  y los detectives salvajes me acompañaron el resto del camino. Me siguen acompañando.