viernes, 28 de octubre de 2016

Manual de pintura y caligrafía, de José Saramago




Te despiertas muy temprano. Todavía es noche cerrada. Sales de la cama y tus pasos te llevan hasta la biblioteca. Enciendes la luz y tus manos se dirigen instintivamente hacia un libro de José Saramago titulado Manual de pintura y caligrafía. Agarras el libro y regresas a la cama. Es una novela que leíste hace años y tienes buen recuerdo de ella, es una novela de mucha reflexión y poco diálogo. Perfecta para volver a dormirte, piensas.
Comienzas a leer:
 “Seguiré pintando el segundo cuadro pero sé que no voy a acabarlo nunca. La tentativa ha fracasado, y no hay mejor prueba de esta derrota, o fallo, o imposibilidad, que la hoja de papel en la que empiezo a escribir: hasta un día, tarde o temprano, en que iré del primer cuadro al segundo y vendré luego a este texto, o saltaré la etapa intermedia, o interrumpiré una palabra para acercarme a poner una pincelada en la real del retrato que S. me encargó, o en aquel otro, paralelo, que S. no verá”.
Levantas la mirada del libro y te das cuenta de que llevas más de una hora leyendo. Te has equivocado. Cada momento que pasa estás más despierto. Has vuelto a entrar en la vida de H., un pintor de retratos que, consciente de lo mediocre de su obra, comienza a escribir un diario al tiempo que decide realizar un segundo retrato de un cliente, pero esta vez secreto, personal, sin que el propio retratado lo sepa.  Estas novedades clandestinas que H. introduce en su vida lo llevarán a preguntarse sobre el sentido de su arte y sobre el sentido de su propia vida.
Escribe H. “Me veo escribiendo como nunca me vi pintando y descubro lo que hay de fascinante en este acto: en la pintura hay siempre un momento en que el cuadro no soporta una `pincelada más (mala o buena lo empeoraría), mientras que estas líneas pueden prolongarse indefinidamente, alineando fragmentos de una suma que nunca será iniciada pero que es, en ese alineamiento, ya trabajo perfecto, ya obra definitiva porque es conocida. Es sobre todo la idea de la prolongación infinita lo que me fascina. Podré estar escribiendo siempre, hasta el fin de mi vida, mientras que los cuadros, cerrados en sí, repelen, aislados ellos mismos en su piel, autoritarios, y , ellos también, insolentes”.
H. está casado y lleva una vida gris en Lisboa durante los últimos meses de la dictadura de Salazar. Un día recibe un encargo de un retrato por parte de un alto ejecutivo de una gran empresa. Cuando comienza a pintarlo se percata de que lo que está haciendo no es lo que quiere realmente hacer, por lo que decide pintar el segundo retrato paralelo que tendrá consecuencias en la vida del pintor.
“Quien retrata, a sí mismo se retrata. Por eso lo importante no es el modelo, sino el pintor, y el retrato solo vale lo que el pintor valga, ni un átomo más. El Dr Gachet que Van Gogh pintó es Van Gogh, no es Gachet, y los mil trajes con que Rembrandt se retrató son meros expedientes para parecer que pintaba  a otra gente al pintar una diferente apariencia. He dicho que no me gusta mi pintura; porque yo no me gusto y estoy obligado a verme en cada retrato que pinto, inútil, cansado, desalentado, perdido, porque no soy ni Rembrandt ni Van Gogh. Obviamente. Pero ¿También se escribirá a sí mismo quien escribe?¿Qué es Tolstoi en Guerra y Paz?¿Qué es Stendhal en la Cartuja?¿Es la Cartuja todo Stendhal?¿Es Guerra y Paz todo Tolstoi? Cuando uno y otro acabaron de escribir estos libros, ¿se encontraron en ellos?.
Se hace de día. Cierras el libro y regresas a la biblioteca con el Manual de pintura y caligrafía para devolverlo a su sitio. 



martes, 25 de octubre de 2016

"Rey Lobo", de Juan Eslava Galán




He terminado de leer una novela histórica, un género poco reconocido entre la crítica pero muy popular entre los lectores. Historia y Literatura  juntas, espalda con espalda. La escritura como herramienta. La primera utiliza una metodología científica para escribir un relato que se aproxime a la realidad de una época determinada. La segunda, las herramientas propias de la novela para construir un artefacto que presente visos de verosimilitud y consiga atrapar al lector. En la llamada novela histórica la frontera es difusa. Muchos novelistas construyen relatos que se sitúan en el pasado, y es aquí donde el trabajo de documentación previo, es decir, el trabajo propio del historiador, ha de ser riguroso. Si no lo es, se pueden dar situaciones desagradables como le ha sucedido a Elvira Navarro con su última novela.

Se han escrito grandes novelas históricas. Todos tenemos en mente Memorias de Adriano de Margarite Yourcenar,  El nombre de la rosa de Umberto Eco o Sinuhé el egipcio de Mika Waltari. En ellas se aúna el enorme talento literario con una cuidada reconstrucción de la época. Siempre con licencias, claro. En realidad, son grandes novelas. Sin el adjetivo.
En España hay muchos novelistas que utilizan la Historia para construir sus tramas. Santiago Posteguillo, Lorenzo Silva, Javier Cercas, Arturo Pérez Reverte, Matilde Asensi, Ildefonso Falcone, Julia Navarro, María Dueñas y un largo etcétera. Todos, en mayor o menor medida, han escrito buenas novelas, en las que los lectores pueden viajar, a través de los ojos de los personajes, a la Roma de Trajano, al Madrid de Velázquez, a la Barcelona medieval, o a La España de los Iberos. Este último es el caso de Rey Lobo, de Juan Eslava Galán.

Es un libro que compré hace unos años y que no había leído. Alguna vez lo tuve entre mis manos pero nunca llegaba demasiado lejos y regresaba al lugar de la estantería del que había salido. Pensaba que quedaría en el rincón de los libros no leídos, pero hace un par de días, sin saber muy bien por qué, lo rescaté y comencé a leer. El cuerpo me pedía novela histórica, me pedía viajar a la España prerromana, de manera que comencé a leer y antes de que me diera cuenta había llegado al final.

Juan Eslava Galán escribe una novela sencilla, una novela del tipo bestseller como él mismo las llama, con una estructura lineal y unos personajes bien contrastados. Los ingredientes: la venganza, la lealtad, el amor, los celos, la violencia, el perdón o la amistad. No es una obra maestra pero se deja leer, es entretenida y emocionante. Pero lo más interesante de Rey lobo es el contexto histórico. Pocos autores se han atrevido con el mundo de los Iberos. Y ese es el mérito de Juan Eslava Galán, que nos acerca hasta los siglos V y IV  antes de Cristo, cuando  Artajerjes, el Gran Rey, domina Imperio Persa;  mientras, en el Mediterráneo, griegos y cartagineses luchan por el control del comercio. Las colonias griegas de Sicilia, la Magna Grecia,  son escenario de las batallas entre ambos pueblos. Los mercenarios tiene trabajo. Y eso es Zumel, el protagonista de Rey Lobo, un mercenario ibero que decide buscar gloria y riqueza en la guerra. Y lo que encuentra es dolor y miseria. Sus compañeros de batalla mueren. Incluso su jefe Cofrutes es asesinado. La devotio, una ley ibera, le obliga a vengarlo o a morir con él. Sin embargo decide regresar a su tierra, a Zubión, a comenzar una nueva vida lejos de la guerra. Han pasado veinte años desde que se fue y todo ha cambiado en su pueblo. Zumel tendrá que aprender a vivir de nuevo y cargar con el pesado fardo de la culpa por no haber vengado a su maestro.
Rey Lobo es una novela muy recomendable.



Aquí dejo el enlace de la entrevista que le hicieron a Juan Eslava Galán el 14 de marzo de 2010 en el programa de radio Ser Historia con motivo de la presentación de la novela. Muy interesante.
https://www.ivoox.com/232742

martes, 18 de octubre de 2016

Erec y Enide, de Manuel Vázquez Montalbán


Hoy se cumplen trece años de la muerte de uno de mis escritores favoritos: Manuel Vázquez Montalbán. Murió en el aeropuerto de Bangkok de un infarto. Tenía 64 años.
Suyo es el libro que más veces he leído, regalado y vuelto a comprar. Se trata de “Los mares del Sur”, con el que ganó el Premio Planeta de 1979. Era la cuarta novela (tras “Yo maté a Kennedy”, “Tatuaje” y “La soledad del manager”) de la saga protagonizada por su alter ego,  Pepe Carvalho. El creador del célebre detective murió con los deberes hechos, dejando publicada la última entrega de la serie, una doble obra que recoge las aventuras del detective aficionado a la cocina y a quemar libros, y de su inseparable Biscuter, en un periplo que les lleva alrededor del mundo huyendo de la policía. Estos premonitorios dos volúmenes llevan por título “Milenium” y son lectura obligada para quienes han viajado con Pepe Carvalho desde Tailandia (“Los pájaros de Bangkok”)  o Argentina (“El quinteto de Buenos Aires”), hasta  Albacete (Era imposible no escuchar el canto propicio del centro de la tierra enviando a la superficie sus agua preferidas para formar un río que, nadie sabía cómo ni por qué, pero se llamaba Mundo, había adquirido la responsabilidad de llamarse Mundo, en un rincón de una sierra de Albacete”. La Rosa de Alejandría”) o su siempre presente y querida  Barcelona.
Escritor incansable (poeta, periodista, novelista, ensayista), mente prodigiosa, marxista heterodoxo y sentimental comprometido, Vázquez Montalbán publicó además otras inolvidables novelas como “Galíndez” o “Erec y Enide”.
En Erec y Enide, penúltima de sus novelas, Vázquez Montalbán abandonó la trama policíaca para acercarnos a la vida de personajes pertenecientes a generaciones y clases sociales diferentes, unidos por un lazo familiar. Unos, desde la vejez , Julio y su esposa Matrona, miran al pasado con tristeza y melancolía, con la impotencia que produce ver pasar el tiempo arrasando con proyectos ya imposibles de realizar. A pesar de todo se encierran en el conformismo que les da tener una cómoda vida burguesa. Otros, desde su juventud, Pedro, sobrino de Matrona, y su compañera Miriam, se debaten entre tener llevar una vida convencional en un mundo de ricos o una vida solidaria en un mundo de pobres.
Vázquez Montalbán toma el título de la primera obra del ciclo artúrico escrita por Chrétien de Troyes a finales del siglo XII. En ésta, el matrimonio entre Erec y Enide no es el final, sino el motor de acción. El protagonista de la novela de Vázquez Montalbán, Julio Matasanz, profesor especialista en Literatura Medieval realiza un discurso sobre Erec y Enide con motivo de la entrega de un premio:
“El más joven caballero de la Mesa Redonda se enamora de y se casa con Enide para iniciar entonces una retirada vida amorosa muy criticada por los otros caballeros, infradotados para comprender que Erec prefiera el amor a la guerra. Y es entonces cuando, sabedor de las críticas, Erec dispone de una aventura sin límites: Enide marchará ante él, sola, expuesta a los peligros del mundo, y cuando se presenten las amenazas, Erec saldrá a defenderla, a recuperarla en cada lance”.
Este es el trasfondo de toda la novela. Julio y Matrona se quedaron en una retirada vida amorosa que se fue diluyendo con el paso del tiempo. Pedro y Miriam se exponen a los peligros del mundo en Chiapas fortaleciendo su amor.
La erudición del autor queda patente tanto en las constantes citas que van apareciendo a lo largo de la novela (Frank Fano, G. Duby, Dostoievsky ...) como en la honrada descripción de los diferentes ambientes en que se desenvuelven los  protagonistas.  Por un lado, el elitismo del mundo universitario de Julio y el de Matrona. Por otro, el mundo de la injusticia concretado en Chiapas, lugar en el que se desarrollan las experiencias de Pedro y Miriam. Hay que destacar la brillantez con la que Vázquez Montalbán, refleja la cruda realidad del estado mexicano de Chiapas tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en enero de 1994. Caciques asesinos, paramilitares sin escrúpulos, traficantes de órganos, violadores, narcotraficantes. Un mundo en el que la vida humana vale muy poco.
Vázquez Montalbán entrevistó en 1999 en la Selva Lacandona al Subcomandante Marcos, cuya biblia era El Quijote y se declaraba ferviente seguidor de Pepe Carvalho en una carta que le envió al escritor. Éste, cuando fue a Chiapas, le regaló cuatro kilos de chorizos de Guijuelo, unos turrones y un ejemplar de “Y Dios entró en La Habana”. Y de esa visita se trajo la idea de esta novela de contrastes que hace reflexionar al lector sobre temas como el matrimonio, el paso del tiempo, los proyectos frustrados o la injusticia cotidiana que se produce en muchos lugares del planeta y la solidaridad de quienes eligen abandonar su zona de confort para ayudar a los que lo necesitan ayuda.


Dejo el enlace de un estupendo documental sonoro que emitió Documentos RNE sobre Manuel Vázquez Montalbán:

sábado, 15 de octubre de 2016

"La araña del olvido", de Enrique Bonet



Granada. Tarde del 16 de agosto de 1936. El ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso dirige la operación en la que detienen a Federico García Lorca. Está oculto en la casa de su amigo Luis Rosales, de familia falangista. Es llevado al Gobierno Civil donde es interrogado. Al día siguiente,  tras la orden del jefe de las milicias falangistas de Granada, José Valdés Guzmán, lo sacan esposado y lo trasladan a  Víznar,  a un viejo edificio conocido como La Colonia. Aquí pasa Lorca su última noche.
El 19 de agosto, poco antes del alba, Federico García Lorca es conducido un poco más allá del barranco de Víznar, por el camino de Alfacar.  Los verdugos lo asesinan cerca de un viejo olivar. Después: silencio, miedo, olvido.
El primero en averiguar que Lorca había sido asesinado cerca de Víznar fue Gerald Brenan en 1949. Lo publicó en su libro “La faz de España”.
Pero las preguntas seguían ahí. ¿Por qué fue fusilado?¿Por motivos políticos?¿Por su homosexualidad?¿Por envidia?¿Cómo pudieron sacarlo de la protección que le daba la casa de los Rosales?¿Cómo fueron sus últimas horas?¿Dónde fue enterrado?.
Esas eran las preguntas que un joven norteamericano, hijo de españoles exiliados, se hacía cada día mientras leía la poesía de Federico. Esas fueron las preguntas que llevaron a ese joven a Granada en el mes de febrero de 1955 a investigar un tema tabú  en la España de Franco.
Ese joven se llamaba Agustín Penón.


Hacía  19 años que el Ejército Rebelde había tomado Granada y, tras procesos sumarísimos, fusilado a cientos de personas. Todo el mundo sabía que la ciudad estaba rodeada de fosas comunes donde yacían estas víctimas desaparecidas. Pero la gente callaba por miedo.
Escribe Isabel Martínez Reverte en su artículo “Agustín Penón y García Lorca”:
“Además de las entrevistas con familiares cercanos del poeta, la investigación de Penón incluyó muchas noches de alcohol y conversación con falangistas locales. Agustín Penón incluso asistió a un homenaje que sus camaradas tributaron a José Rosales, Pepiniqui, hermano del poeta Luis Rosales y jefe de la Falange granadina, en cuya casa se refugió Lorca tras el golpe militar y de donde salió hacia su muerte. Penón era un hombre muy listo pero ignorante de lo que ocurría en Granada. En ese homenaje a Pepiniqui le piden que diga unas palabras.
Es el americano, bien vestido y con dinero. Penón en copas, rodeado de falangistas dice «por Granada y por Federico García Lorca». Se hizo un enorme silencio y ahí descubrió que las cosas no eran como parecían y empezó a sentir miedo, a sentirse vigilado. Pero siguió investigando y decidió que lo mejor era escribir en inglés, idioma que pensaba nadie hablaba en Granada.
Entre los amigos de los Rosales había un testigo fundamental, José Jover Tripaldi, que custodió a Lorca durante su última noche en La Colonia, el edificio reconvertido en prisión para los condenados a muerte, y que relató a Penón las últimas horas del poeta.
Muchas noches de juerga y borrachera para obtener información. En una de esas noches, Miguel, otro de los hermanos Rosales le confesó que no le gustaba nada la amistad de Federico con su hermano Luis. Naturalmente se refería a la homosexualidad de Lorca.
En su diario describe muy bien el cinismo, la hipocresía, la golfería, la miseria de un grupo de hombres vencedores de la guerra. Llega a ir con ellos de nazareno de la cofradía de Santo Domingo. Aquella Semana Santa de 1955, hizo todas las estaciones en todos los bares por donde pasaba la procesión, junto a Miguel Rosales. Por supuesto, pagaba Agustín Penón.
Penón vivía obsesionado por encontrar el lugar del asesinato y enterramiento. En su búsqueda recorrió una y otra vez, el barranco de Víznar, tratando de localizar la sepultura. Fue así como encontró a Gerardo y a Blas Ruiz Carrillo, este último dueño de La Casita de Papel, un humilde hostal desde el que se contempla el lugar de los fusilamientos. Allí se instaló Penón. Estos hermanos le contaron que habían visto el cadáver y le ayudaron a marcar el lugar donde creían que estaba la tumba, junto a un olivo solitario. El afán de Gerardo era que vinieran los americanos a derrocar a Franco. Hablamos de 1955.


Penón nunca llegó a saberlo, pero aquella colaboración le costó a Blas una orden de destierro lejos de Granada. Tampoco supo que Gerardo terminó por suicidarse. Luego conoció a Manuel, el Comunista que le indicó el olivo que años más tarde localizaría Gibson. Ian Gibson le hizo luego una entrevista sonora que está archivada en Fuentevaqueros.
Penón habló también con María Andrada, esposa del miembro fundador de Falange Alfonso García Valdecasas. Esta mujer le dio la clave de la salvaje represión que siguió al golpe en Granada: el temor de los rebeldes golpistas, que se sentían totalmente rodeados, su temor a que la ciudad fuera recuperada por las tropas republicanas, fue lo que trataron de impedir asesinando a cualquier persona real o supuestamente comprometida con el gobierno de la República. Lorca sería una de estas víctimas.
La frialdad del testimonio estremeció a Penón, que consiguió transmitir en su diario, una frialdad que hoy sobrecoge al lector.
Finalmente Penón llegó a encontrar en el Registro Civil el certificado de defunción que la familia de García Lorca había conseguido que se extendiese en 1940, para resolver asuntos de herencia y de derechos de autor. Este documento no lo había visto hasta entonces ningún investigador. Muchos años después William Layton lo vendería a Juan de Loxa para el Museo de Fuentevaqueros.
En él se certifica que el poeta «falleció en agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, siendo encontrado su cadáver el día 20 del mismo mes en la carretera de Víznar a Alfacar». Considero un escrito surrealista propio de este país el hecho de hablar de un cadáver que nadie ha visto”.
En 1956, cuando la investigación estaba prácticamente finalizada, Agustín Penón abandonó precipitadamente España con una maleta llena de documentos fruto de su investigación. En sus diarios comenta que la policía secreta le seguía los pasos. El miedo se había apoderado de él. Tal vez fue el miedo el que le impidió ordenar  y publicar el resultado de aquella minuciosa y arriesgada investigación. De modo que aquellos documentos quedaron dentro de una maleta durante mucho tiempo. A la muerte de Peñón, esa “maleta” fue heredada por su amigo, el dramaturgo William Layton, quien a su vez lo legó a la actriz y escritora Marta Osorio.
Marta Osorio, que falleció el pasado 5 de agosto en Granada, fue la encargada de ordenar “la maleta de Penón” en un monumental libro titulado “Miedo, olvido y fantasía”, un libro de 800 páginas publicado en 2009 por la editorial Comares. 
Seis años después, Enrique Bonet narra la investigación de  Agustín Penón en una estupenda novela gráfica titulada “La araña del olvido”.
Señala Juan Mata en el prólogo:
“Lo que más seduce de la historia de Agustín Penón es cómo se fue acercando al asunto cubierto por una costra de silencio y miedo. Con él penetramos en las tabernas de Granada, acudimos a hospitales e iglesias de la ciudad, conocemos a jerarcas franquistas, golfos y dicharacheros y a intelectuales amargados y recluidos, penetramos en salones y cocinas donde se habla de Lorca con voz queda y amedrentada. La historieta de Enrique Bonet nos ofrece, además del progreso de una paciente y detectives a indagación, el retrato diáfano de una ciudad amilanada, recelosa y amnésica. Nos va mostrando una galería de personas de la ciudad que, al cabo de los años y gracias a una obra de arte, adquieren la condición de personajes (qué asombroso poder tiene la historieta y la caricatura para representar el lado oscuro de los rostros). Gracias a la sagaz mirada de Agustín Penón y al talento de Enrique Bonet el lector puede percibir los latidos, las costumbres, los lugares y sonidos de una época, puede conocer las bravuconearías de unos y las desconfianzas de otros, los recuerdos y las omisiones, las mentiras más mostrencas y las lealtades más incorruptibles. Y ahí reside el gran mérito de La araña del olvido, en lo que tiene de testimonio de un tiempo y de una ciudad, además de narración de un suceso”.
Imprescindible.
Esta reseña se la debo a una de las personas que mejor conoce  la vida, la obra y la muerte de Federico García Lorca, mi compañera y amiga Amparo Álvaro, que me habló de Agustín Penón durante un viaje a Granada y me regaló “La araña del olvido” de Enrique Bonet.



lunes, 10 de octubre de 2016

Cartas escogidas de F.G.Lorca



Tras leer “Juventud” de John Maxwell Coetzee, saqué por casualidad de la estantería un librito de Federico García Lorca que compré el año pasado tras visitar su Casa Museo de la Huerta de San Vicente en Granada. Se titula “Cartas escogidas”. Leí una de las cartas que Federico le envió a su padre desde La Residencia de Estudiantes de Madrid el 10 de abril de 1920 y no pude dejar de comparar a  John y a Federico en ese momento en el que ambos, jóvenes de 22 años, han abandonado su patria chica en una especie de viaje iniciático que les llevará a convertirse en artistas. Lorca en Madrid en 1920. Coetzee en Londres en 1962.
Escribe Federico a su padre:
“Yo te suplico de todo corazón que me dejes aquí hasta fin de curso y entonces me marcharé con mis libros publicados y la conciencia tranquila de haber roto unas espadas luchando contra los filisteos para defender y amparar el Arte puro, el Arte verdadero. A mi ya no me podéis cambiar. Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo [...] La vida hay que verla con ojos claros y llenos de optimismo, y yo papá soy optimista y tengo mucha alegría”.
El joven Coetzee no era tan optimista como el joven Lorca pero tenía la misma determinación de convertirse en artista.
Escribe Coetzee en Juventud:
“ El artista debe probar todas las experiencias, desde las más noble hasta la más baja. Igual que el destino del artista es experimentar la alegría creativa suprema, también debe estar preparado para cargar con todo lo que en la vida hay de miserable,  escuálido, ignominioso. En nombre de la experiencia padeció Londres [...] el destino no iría a buscarle a Sudáfrica, se dijo; sólo saldría a su encuentro en Londres (¡Cómo una novia!), París o tal vez Viena, porque sólo en las grandes ciudades europeas reside el destino”.
Lorca nunca estuvo en París, ni en Londres, ni en Viena. El destino lo encontró en Madrid y más tarde lo acompañó a Nueva York, a La Habana o a su querida Granada, donde vio su rostro por última vez en agosto de 1936.
El escritor irlandés Ian Gibson comenzó a investigar sobre el poeta y en 1989 publicó “Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca”, una estupenda biografía  en la que encontré estas palabras que el poeta pone en boca de su idolatrado Buster K. en "El paseo de Buster Keaton":
“Quisiera ser un cisne. Pero no puedo aunque quisiera. Porque ¿dónde dejaría mi sombrero?¿Dónde mi cuello de pajarita y mi corbata de moaré? ¡Qué desgracia!”. 
Arte puro.

domingo, 9 de octubre de 2016

Juventud, de J.M. Coetzee


En Juventud, J.M. Coetzee traza una autobiografía de unos años decisivos en su vida, los años en los que decide ser escritor.
 La historia, escrita por un narrador omnisciente, se sitúa a finales de los años cincuenta en Ciudad del Cabo, con el trasfondo de la segregación racial. Coetzee tiene diecinueve años y quiere ser independiente. Estudia matemáticas en la universidad y trabaja en una biblioteca por las noches. Coetzee es blanco y no está de acuerdo con el apartheid, aunque tampoco es un activista. Lo único que quiere es ser artista. Quiere ser escritor. Y escribe un diario que le va a costar la separación de una chica, de Jaqueline, que no puede resistir la tentación de leerlo y se encuentra con algo inesperado. 

Escribe Coetzee:
“La cuestión de qué debería tener entrada en un diario y ser guardado para siempre afecta al corazón de todo lo que escribe. Si tiene que censurarse la expresión de emociones innobles—el resentimiento ante la invasión de su apartamento o la vergüenza ante sus errores como amante—,¿Cómo van a transfigurarse nunca tales emociones y convertirse en poesía? Además, ¿quién dice que los pensamientos que escribe en su diario son sus pensamientos verdaderos?¿Quién dice que mientras mueve el bolígrafo está siendo en todo momento él mismo de verdad?Puede que en un momento sea él y en otro momento esté inventando. ¿Cómo puede estar seguro?¿Por qué tendría que querer estarlo?”

En una de las últimas conversaciones con Jaqueline, ésta le recomienda ir a terapia porque lo ve siempre triste y taciturno, enfrascado en el estudio, la lectura y la escritura.
“—Me lo pensaré—réplica él. A estas alturas ya sabe que no debe contradecirla.
En realidad no iría a terapia ni en sueños. La meta de la terapia es hacerte feliz. ¿Qué sentido tiene? La gente feliz no es interesante. Mejor aceptar la carga de infelicidad e intentar transformarla en algo que valga la pena, poesía, música o pintura: es lo que él cree”.

Coetzee se traslada a Londres a principios de los sesenta para trabajar como matemático de IBM en la programación de ordenadores. Ha salido de Sudáfrica donde la población negra comienza a sublevarse contra la brutalidad del sistema racista sudafricano  . Es en Londres donde le comunican que ha obtenido una beca para hacer los estudios de posgrado, y decide hacerlos "in absentis”, pero no sobre las matemáticas que es lo suyo, sino sobre literatura. Es entonces cuando, en su tiempo libre se encierra en la biblioteca del British Museum para leer la obra de Ford Madox Ford a quien considera uno de los escritores más grandes. También comienza a escribir poesía pero pronto se percata de que no tiene nivel suficiente y se va trasladando a la prosa. Coetzee quiere llevar la vida de T.S. Eliot, de Wallace Stevens o de Franz Kafka, vidas tranquilas y grises, frente a las de románticos como Poe, Wilde o Rimbaud. O frente a la vida de personajes como Hemingway o Scott Fitzgerald

“El opio y el alcohol no son para él, le asustan demasiado los efectos que podrían tener en su salud [...] T.S. Elliot trabaja en un banco. Wallace Stevens y Franz Kafka en una compañía de seguros. A su modo particular, Eliot, Stevens y Kafka sufrieron tanto como Poe o Rimbaud. No tiene nada de deshonroso optar por seguir a Elliot, Stevens y Kafka. Él ha optado por llevar un traje oscuro como ellos, llevarlo como si fuese una camisa en llamas, sin explotar a nadie, sin timar a nadie, pagando a su paso. En la época romántica los artistas enloquecían a escala desmesurada. La locura manaba de ellos en ríos de versos delirantes o grandes goterones de pintura, y esa época ha terminado: la locura de él, si es que su destino ha de ser el de padecer locura, será diferente: tranquila, discreta. Se sentará en un rincón, tenso y encorvado, como el hombre de la toga del grabado de Durero, esperando pacientemente a que acabe su temporada en el infierno. Y cuando haya pasado será más fuerte por haber resistido”.








domingo, 2 de octubre de 2016

El lado frío de la almohada, de Belén Gopegui


He leído “El lado frío de la almohada” de Belén Gopegui, y  me parece una buena novela por varios motivos.
En primer lugar, por las interesantes reflexiones de la protagonista sobre un tema tan controvertido como es la Revolución Cubana y la ideología que la sustenta:
“El héroe no es quien ensaya y rectifica y persevera y yerra de nuevo y de nuevo vuelve a rectificar. No es quien procura dominar los impulsos oscuros, los suyos, los de los otros, y lentamente lo consigue, aunque no siempre, e insiste, y lentamente lo mejora. El héroe es, en cambio, quien se deja llevar por un impulso refulgente en un instante, porque nosotros, en un instante podríamos dejarnos llevar. La Revolución Cubana ha dejado de ser heroica. Cinco minutos, apenas cinco años para cambiar el mundo y volver a dejarlo igual aunque con canciones y fotografías, eso habría sido heroico para la literatura. Cuarenta y cinco años de insistir y de errar y de rectificar y persistir para dar cuenta de una verdad tan simple como que el máximo beneficio de los accionistas no es compatible con el bien de la comunidad, de la comunidad completa, se entiende, pues no hay otra. Cuarenta y cinco años ensayando no son heroicos  ni literarios”.
Además, Gopegui nos muestra una historia sobre la dificultad del amor entre dos personas con concepciones ideológicas contrapuestas. La fugacidad y la intensidad de ese amor  es la base de la narración. Escribe la autora:
“Es la desigualdad, es el obstáculo lo que acelera el pulso y no, como tanto nos dijeron porque el obstáculo comporte peligro y aventura sino por la creencia: porque si al fin se ama al que es tan diferente y no hay motivo, interés, facilidades, entonces es que tal vez el amor sea, quiero decir, exista, entonces es que tal vez haya lugar para el romanticismo, para creer en algo inmaterial que impulsa a la materia, que la mueve y por eso cuento más desiguales los amantes, más cerca del milagro de ser otros, más cerca de creer en el milagro, quiero decir. En contra de las leyes del sentido común una fuerza acerca a sus cuerpos y esa fuerza, lo juran, les hará diferentes, les estremecerá de dicha, de voluntad contenida y extensible”.
Por último, se atreve con un final valiente, tan valiente como es toda la novela. Así es el final,  así es la novela, valiente, como Belén Gopegui.